martes, 6 de diciembre de 2011

Una tras otra.

-Te lo prometo.


Entonces puedes hacer un sondeo de las veces que te han prometido algo, aunque fuera una hora, con minutos exactos, para ir a tomar una jarra de cerveza con los Zeppelin de fondo. Y fallan. 
Banalidades que pueden paliarse con esa misma jarra de cerveza consumida por invitación ajena.
Y no pasa nada. Otra tarde derramándose en el cielo, hasta que se torna de azul oscuro, con salpicaduras blancas y que parpadean.


Y así una, tras otra, aunque el número de promesas cumplidas supere al de las que no. 
No habría que darle demasiada importancia, excepto por un factor que altera totalmente toda clase de situaciones; en las que fallan, no constan banalidades.
Sino asuntos realmente personales, o que te tocan más los cojones.




Entonces, una espiral de revueltas físicas y narices sangrantes se tornan de color carmín, hasta que las gotas manchan el asfalto y los dientes se apilan en un rincón de la acera.


No sería algo digno de nombrar, si no fuera porque, en la mayoría de los casos, las promesas se quedan en el aire, desintegrándose junto con el hedor de la hipocresía. 




Esto es lo que yo denomino una putada. 




-Te lo prometo.
-Y una mierda. Estate ahí y punto.