martes, 6 de septiembre de 2011

TNT.

Y le llamó Dinamita. O, en momentos de literal ternura, TNT.
Sabía que albergaba un carácter fuerte, tempestuoso. Muy en el fondo, sosegado, e inalterable. Tan en el fondo, que jamás supo de su existencia, hasta el día en que se fue.
El rostro apagado. Lúgubre, con una espesas cejas negras, ya con varias canas plateadas que centelleaban a la luz de los faroles. Y siempre inclinadas hacia el tabique nasal, profundizando en las arrugas que se dibujaban en la parte superior de la nariz. En la frente, otras tantas de forma horizontal, bien diseñadas, cayendo en mitad.
Nunca distinguió el color del iris de la pupila. Por no haberse acercado demasiado, o por no haberle sostenido la mirada más de dos segundos. Típico en un hombre que creía en eso de "La letra, con sangre entra". Y así fue.
-¿No te levantas a saludar a tu madre, Rachel?-
Ni la voz temblorosa, ni la duda resbalándole de la boca. Mamá había llegado, hacía apenas dos minutos, pero la puerta no había sonado siquiera. Siempre sigilosa, para no molestarle. De espaldas no la había visto. Pero antes de levantarse, y poder darle un abrazo a su madre, un bofetón, sonoro y caliente, le impactó en la mejilla izquierda. Sonó como quien palmea encima de una mesa plástico con la palma de la mano bien abierta. Y el escozor, junto con la sangre ardiendo, de dicha zona, la hacían una sensación desagradable. Pero no lloró. Le dolía, desde luego. Pero lo que más, el orgullo.
Dicho y hecho, se puso en pie. Con la barbilla a buena altura, y dio la vuelta a sus pies, mirando los de su madre. Tacones grises, como el día en los callejones de Brent. Gris. Apagado. Húmedo, si acaso.
-Buenos días, mamá.-
Apenas lo musitó, volviendo la vista hacia la mano que acababa de posarse en su hombro derecho. Uñas de un color granate, largas, y bien cuidadas. Su madre la acompañaba junto al bofetón que aún se resentía en la piel de la mejilla. Bastardo. Pensó.
"Y de estas cosas veréis, si en esta casa os quedáis, al menos seis por semana". Como bien escuchó decir una vez a su tía Margaret. Y así fue. Jarabe de palo para la niña maleducada y contestona.
Volvió a repetirse innumerables veces, todas con su efecto positivo. el "nunca más" se reflejaba en cada caso de manera distinta. Volviendo la cara o, simplemente, resoplando. Media vuelta, y a la habitación.
Una tarde no volvió de comprar tabaco. Tampoco fumaba, de hecho, así que dio por supuesto que mamá lo sabía. La casa siguió en silencio. No más del que tenía antes, pero al menos había algo en el ambiente que lo hacía diferente. No era calidez, sino tensión. Él era la tensión. Espontáneo, y duro.

-¿Y no volviste a saber nada de tu padre, abuela?-
-Nada de nada. Tampoco me dieron medios para buscarle, pero no le volví a ver. Supongo que, a estas alturas, ya no seguirá entre nosotros, pequeño. Y... ¡Ah! Ya que estás, dile a tu hermano que me traiga las medicinas de encima del estante de la salita.
........ El niño, de unos ocho años, flexionó las rodillas, volviendo a ponerse en pie, doblando la esquina del salón para cruzar el pasillo, con los pasitos resonando por las paredes, en busca de James. Que contestó, textualmente:
-Que vaya ella.

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