viernes, 11 de noviembre de 2011

Y viceversa.

Algún día crecerás. Y volverás a querer ser un niño. Enterrarte en la arena de la playa. Chapotear en los charcos, mancharte la boca de chocolate y pintar con los dedos.
Lo sabes, lo sé.
Pero ya no podrás tocarme. Como a una mujer. Ni besarme, como lo haría un hombre. Ahí donde luces un voluptuosos escote, sólo habría dos pequeñas picaduras de avispa, que dicen llamarse 'pezones'. 
Las curvas propias de las caderas desaparecerían, y serías una carretera en línea recta. 
Pero chapotearías en los charcos, y pintarías con los dedos.


Y sabes perfectamente que lo echarías de menos. Seríamos de nuevo niños, nadando en una infancia imperturbable, llena de gominolas y nubes dulces. De esas rosas que te pringan las manos de azúcar glas. 
Sin vello púbico. Ambos.


Pero ahora, disfrutemos de nuestra edad adulta, celebrémoslo con alcohol, cigarros, y sexo. Desenfrenado. 


Así que.... ¿Niños? 


-No. Todo está como debe estar. Es como tus tetas. Hechas para los pequeños, pero disfrutadas por los grandes.





Disfruta, pues. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Aplicación de la retórica en un monólogo doble.

A veces se olvida lo bien que se está sola. Lamiendo cada gota de saliva de la melancolía, y respirando el perfume de la nostalgia. Todo, a su vez, cuando miras la ventana y llueve. Choca contra la cera, erosiona la piedra, y es un buen corrosivo para la alegría.
Un perfecto corrosivo, diría yo. Y me lo reafirmas, cuando tragas cúmulos de palabras hechas nudos, antes de silenciarte y bajar la vista. Pero aunque tú la bajes, te sigo viendo, lucero.
Los engranajes de tu materia gris sólo se ponen en un funcionamiento cuando tu vista no se empotra contra el monitor de un ordenador. O una pared bicolor. Sino cuando ni siquiera alcanzas a ver el horizonte entre tanto cemento, moldeado como edificios.
Y con el gris bañando la ciudad, y la lluvia dándole ese frescor, y ese olor a humedad.
Estabas bien sola, ¿verdad? 

Y los coches seguirán parados en los atascos. Se te seguirá escapando el autobús, y llamarás 'hijo de puta' al conductor por no haberte abierto la puerta. Olvidarás las llaves. Pisarás un charco, mojándote los calcetines, chapoteando dentro del zapato. Volverás a golpearte el dedo meñique del pie cuando corres por tu casa contra algún mueble.

Pero no aprecias el estar sola.

-¿Sabes por qué no? Porque me gusta sentir un brazo alrededor de los hombros, y una caricia en el pelo. Por eso, me gusta estar sola. Y por lo mismo, no lo estoy. 

-Explícate.

-Me gusta tanto estar sola, que no voy a estarlo. Porque lo otro me gusta aun más.


Crece, quiere, olvida, y disfruta.