viernes, 4 de noviembre de 2011

Aplicación de la retórica en un monólogo doble.

A veces se olvida lo bien que se está sola. Lamiendo cada gota de saliva de la melancolía, y respirando el perfume de la nostalgia. Todo, a su vez, cuando miras la ventana y llueve. Choca contra la cera, erosiona la piedra, y es un buen corrosivo para la alegría.
Un perfecto corrosivo, diría yo. Y me lo reafirmas, cuando tragas cúmulos de palabras hechas nudos, antes de silenciarte y bajar la vista. Pero aunque tú la bajes, te sigo viendo, lucero.
Los engranajes de tu materia gris sólo se ponen en un funcionamiento cuando tu vista no se empotra contra el monitor de un ordenador. O una pared bicolor. Sino cuando ni siquiera alcanzas a ver el horizonte entre tanto cemento, moldeado como edificios.
Y con el gris bañando la ciudad, y la lluvia dándole ese frescor, y ese olor a humedad.
Estabas bien sola, ¿verdad? 

Y los coches seguirán parados en los atascos. Se te seguirá escapando el autobús, y llamarás 'hijo de puta' al conductor por no haberte abierto la puerta. Olvidarás las llaves. Pisarás un charco, mojándote los calcetines, chapoteando dentro del zapato. Volverás a golpearte el dedo meñique del pie cuando corres por tu casa contra algún mueble.

Pero no aprecias el estar sola.

-¿Sabes por qué no? Porque me gusta sentir un brazo alrededor de los hombros, y una caricia en el pelo. Por eso, me gusta estar sola. Y por lo mismo, no lo estoy. 

-Explícate.

-Me gusta tanto estar sola, que no voy a estarlo. Porque lo otro me gusta aun más.


Crece, quiere, olvida, y disfruta.

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