domingo, 1 de abril de 2012

Pensamientos de un sábado noche.

Una extraña felicidad vomitaba sobre mi cerebro alrededor de las dos de la mañana. Sábado noche, y tiempo primaveral. Finales de Abril. 
Las comisuras se estiraban por sí solas, como si tuviesen vida propia, y los ojos, rasgados y negros, apenas eran dos rendijas que observaban el resto de reacciones. El principal precursor fue el Whisky. 
Recordé aquellos que, siendo lo que son, no comprenden el por qué se bebe para pasarlo bien. Y preguntan. Preguntan a jóvenes que no tienen ni una mínima idea de la vida, ni lo que es un jodido etílico. Una buena fuente de información, ¿eh? Aunque sean, sin embargo, los que menos entiendan que, el alcohol en su justa medida, puede proporcionar una alegría que te permita conservar los recuerdos, y no marearte en cuanto apoyes la cabeza en cualquier asiento de un coche. 
Así que, ¿cuál es la excusa? ¿Que no han vivido suficiente, o que las resacas han sido mínimas? 
-Eh, honey, que te quedas embobada. 
-¿Umh? Ah, sí. Sí. 
Gracias por sacarme de mis pensamientos, capullo. 
El tema no se centra en el alcohol, mismamente dicho. Sino en las reacciones. Hay quien, en lugar de olvidar o derrochar felicidad y amor, cual hippie de los 60, se dedica a regalar lágrimas gratuitas, al acordarse de alguna desgracia pasada. Lo cual tiene el jodido don de hacer decaer una fiesta. 
Otros tantos, si de por sí son estúpidos, esa estupidez crece de una manera exponencial al grado que tenga la botella de Vodka. Ya no se trata de arruinar la noche, sino de encender la mala hostia de cualquiera que pueda dejarle un mensaje físico en la cara.
Y los hay en término medio. Tranquilos, sosegados. Pero artificialmente felices. 


-Ya hablaremos cuando estés sobria.


Sí... Las hay que no saben tener la boca cerrada ni sobria, ni con un espasmo de ebriedad. Que si se callan, les entra un fuerte ardor en el estómago. Y eso es un problema más interno que las vísceras, aunque... Señalando la botella de Whisky, es más sencillo decir: 


-Es el mejor impulsor para decir cosas que luego no recuerde. Y, probablemente, de las que no me arrepienta. 
Rasca la garganta, cual beso desganado.



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